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12 de mayo de 2025 Leave a Comment

2025 (Toby, 31 años) 

Siempre he querido creer en la idea de que todo pasa por algo, algo mucho más grande que todos nosotros, llámalo como quieras. Es muy reconfortante pensar que no tenemos responsabilidad sobre ninguno de nuestros actos, que no hace falta luchar por las cosas, porque, por mucho que quieras, ya hay un plan pensado para cada uno. Pero creo que en verdad no es así, depende solo de nosotros escoger qué vida queremos. He tomado muchas decisiones que me han llevado a donde estoy ahora, y aunque me guste mi vida, últimamente no puedo dejar de pensar en si cometí un error. 

Junio, 2000 (Emma, seis años) 

Estaba sentada en el columpio del parque mientras me iba comiendo una chocolatina detrás de otra. Mis pies ni siquiera tocaban el suelo. De repente, un niño con el pelo más claro y luminoso que había visto en mi vida apareció detrás de un matorral con una pelota en la mano. Se posicionó delante de la pared que había delante nuestro y empezó a pegarle balonazos. En una de esas, la pelota salió disparada y vino a parar a mis pies. Me bajé del columpio de un saltó, cogí la pelota, me acerqué a aquel niño y empezamos a hablar. 

Abril, 2007 (Toby, once años) 

Como cada lunes cogí mi bici y me dirigí a casa de Emma para llevarla a la biblioteca. Siempre tan estudiosa y autoexigente. Cuando llegué a su casa, el 12 de Chestnut Road, fui a llamar a la puerta porque, como siempre, aún no estaba lista. Llamé dos veces al timbre, abrió y me sonrió. Su sonrisa tenía un efecto muy extraño en mí que siempre me pillaba por sorpresa, como un disparo de aire. Antes de salir por la puerta, su madre le dio un abrazo. Como buena perfecta que era, Emma tenía una familia perfecta, y eso era algo que también provocaba algo en mí, rabia, los músculos de mi mandíbula se tensionaban.   

Marzo, 2009 (Toby, trece años) 

Aquel martes mi madre se despertó con un mal día. Uno de esos bajones que le daban.  -¡Tobias!- gritó tirada en el sofá.- ¡Tráeme una cerveza! 

–No quedan, te las bebiste todas ayer. 

–Pues ve a comprar. 

–Ve tú.- No se tomó bien mi respuesta, se levantó, me agarró de la oreja y empezó a gritarme al oído. 

Marzo, 2009 (Emma, trece años) 

Era un martes como otro cualquiera. Al acabar el instituto fui al aparcabicis a buscar a Toby. No estaba, ni su bici roja. “Lo ha vuelto a hacer”, pensé. Toby tenía a veces prontos, a veces venían de la nada, de cosas imperceptibles para cualquier ser humano menos para Toby. A veces llevaba el día enfadado y algo colmaba el vaso. Explotaba. Cuándo éramos niños solía chillar, pegar patadas al aire. Luego, en vez de arrasar con todo, desaparecía, pero yo sabía a dónde iba: el Muro de los Kamikazes. Enfrente de las vías del tren, a las afueras del pueblo, sobrevivían los restos del antiguo muro de protección. Habían construido nuevas vías, y las que estaban ahí ya no se transitaban tanto, pero, de vez en cuando, algún tren de mercancías se acercaba delatado por el zumbido de las vías. Los chicos solían ponerse de pie en el muro y tirarse a las vías en busca de adrenalina.  Fui a buscarle allí. Estaba sentado en el borde del muro, yo me senté a su lado. 

– ¿Qué ha pasado? 

-Ya sabes que el profesor Smith me saca de quicio -mintió. Tome una bocanada de aire y…- vamos, te acerco a casa -dijo antes de que pudiera decir nada. Sabía que pasaba algo, pero qué podía hacer. 

Mayo, 2012 (Emma, dieciséis años) 

Era sábado, acababa de tener una pelea muy fuerte con mi hermana, llamé a Toby, necesitaba desahogarme con alguien. Me recogió y fuimos al muro. Traté de contarle lo que había pasado, pero parecía abstraído. En ese momento, después de diez años, me di cuenta de que cualquiera de mis problemas eran tonterías de niñita comparados con los suyos. ¿Qué debía de pensar de mí? Desde entonces nunca más se los conté. 

Febrero, 2014 (Toby, dieciocho años) 

La mañana de mi cumpleaños me desperté con los gritos de mi madre y ruidos de objetos impactando contra el suelo. Mi madre estaba rebuscando algo en un cajón de la cocina. 

–¿Qué haces? -le pregunté. 

-¿Dónde está el dinero que había aquí? 

-Lo cogiste la semana pasada.-contesté. Se puso nerviosa, otro bajón. Me pidió que le diera dinero, y le dije que no. Por primera vez, le dije que no. Se puso a gritarme, a agitarme, y me echó de casa. Ya tenía dieciocho años, ¿no?…Metí mi ropa en una mochila y me fui para no volver nunca más. 

Febrero, 2014 (Emma, dieciocho años) 

Aquel día, que nunca olvidaré, era el cumpleaños de Toby. Su dieciocho cumpleaños. Estaba muy emocionada. Habíamos quedado en el muro, y allí fui. Abrí mis brazos para abrazarlo pero él se escabulló. Algo pasaba. Y yo, con el corazón en la garganta le pregunté: “¿Qué pasa?”. 

-Me voy.- Y en ese momento mi mundo se desmoronó.- Mi madre me ha echado de casa. Me voy. Con mi tío.- De mis ojos se empezó a desbordar agua salada. 

-¿Qué? Pero…¿Y yo? 

-Emma, te quiero, eres lo único que ha impedido que me tirara de este muro durante todos estos años, pero no puedo seguir aquí, es tu hogar pero mi prisión. Volveré, pero no me esperes, porque no mereces esperar por alguien como yo.- Me quitó una lágrima de la mejilla y se fue. Sin mirar atrás. 

2025 (Emma, 31 años) 

Durante mucho tiempo soñé con que volviera, aunque sabía que no lo iba a hacer, pero pensarlo me aflojaba el nudo del pecho.  Creo que nunca he sentido tantas ganas de hacerle daño, hacerle sentir lo que me había hecho sentir, a alguien a quien quería tanto. Quise gritarle, suplicarle, perseguirlo hasta que se perdiera en el horizonte. Pero no corrí detrás de él. Porque le necesitaba y mi mayor miedo era que él a mí no. Porque era lo mejor para él. Necesitaba una segunda oportunidad, aunque me dejara a mí atrás. 

Sofía Montori

(Obra ganadora del concurso literario de relato breve, organizada por el Departamento de lengua y literatura, en el segundo ciclo de ESO )

Filed Under: Espacio literario, Número 4

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