Cuando “conocemos” a alguien por primera vez, normalmente le empezamos a asignar ciertos adjetivos de acuerdo a su forma de vestir, actuar, hablar, pensar… Y en bastantes ocasiones, intentamos redactar un diagnóstico sin ni siquiera dedicarle un mero saludo. Con la sencilla y engañosa vista que poseemos, comenzamos a juzgar a dicha persona, muchas veces con ninguna mala intención de hacerlo o incluso sin quererlo; pero nos sale. Esto se debe a que al parecer lo que nos ha enseñado esta sociedad tan materialista es que importa más lo físico que el interior de uno mismo. Nos dejamos llevar solamente por lo que nuestros, a veces defectuosos, ojos alcanzan a ver; y el problema de este nefasto error reside en que de esta manera tendemos a no descubrir un nuevo mundo, una nueva forma de pensar totalmente distinta a lo que imaginábamos: una nueva persona. Entonces, ¿por qué no dejarnos de tantas etiquetas sociales y conocernos realmente?
Cuando me refiero a estas etiquetas quiero dar a entender esas clasificaciones (que varían de criterio según qué persona sea la que las cite) que nos “ayudan” a distinguir unas personas de otras, y finalmente, a dividirnos. Hablo por ejemplo de las más comunes: gracioso, extravagante, amable, divertido, movido, terremoto… Pero también hay que hacer alusión a: tímido, callado, discreto, triste, soso… Y muchas veces acaban en: metomentodo, chismoso, cara dura, inmaduro, egocéntrico, rarito, y un sinfín de desprecios. Y esto es a lo que me refiero, porque muchas veces ni siquiera conocemos a fondo a esa misma persona. Y, ¿qué es lo que ocurre? Que si alguien cae etiquetado en este último grupo, nosotros nos alejamos y separamos de él o ella, lo más normal del mundo. ¿Qué humano querría aguantar día y noche las malas actitudes de un desconocido?
Y, ¿qué pasaría si ese tipo de personas descritas fuese usted, querido lector? Porque nadie queda exento de este tipo de comentarios, ya sean ciertos o falsos. Yo le tengo la respuesta. Y es que pocos llegarían a conocerlo, pocos llegarían a saber de la existencia de ese granito de arena que usted es capaz de aportar a este mundo.
Desde mi punto de vista, las etiquetas sociales poco hacen, sino es más que dividirnos. Y he de añadir algo más: estas etiquetas también son defectuosas, o al menos no 100% ciertas. Y se lo voy a justificar. Es imposible que en una sola palabra se pueda describir a toda una persona. Imposible. Creo firmemente que ni siquiera con toda una lista de adjetivos podríamos acercarnos levemente a cómo es alguien en realidad. La mejor manera para conseguirlo es compartiendo tiempo con él o ella, y dejando que como un río nazca y fluya una amistad forjada en confianza, sobre todo en los malos momentos; ahí es cuando se conocen las personas de manera mutua.
Steven René Morocho Valarezo. 3º ESO
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