En la asignatura de Literatura Universal, después de leer Hamlet, escribimos monólogos. Estos son algunos.
Autoestima
El espejo es mi amigo, bueno, a veces, lo veo más crítico que amigo. Él no me perdona y se convierte en mi enemigo, uno cruel que solo sabe señalar mis defectos y resaltar mis imperfecciones. Cada vez que me enfrento a él, mis pensamientos negativos se refractan,, como si estuviera encerrada en un ciclo interminable de autocrítica y desprecio por mi apariencia, creando muros invisibles que parece que nunca se van a derrumbar.
Las palabras hirientes y el miedo me consumen, atravesándome como si de mil cuchillas afiladas se tratase, destrozando cualquier señal de confianza que intentó construir. Los estereotipos sociales me oprimen, haciendo que lo poco que me queda se deslice por mis dedos como si fuera arena. Pero ¿ A quién le importa más que a mí?
En medio de esta tormenta interna, es difícil encontrar una chispa de aceptación. Porque incluso cuando intento convencerme de mi autenticidad, soy bombardeada por la voz crítica de mi cabeza que me dice que nunca seré lo suficientemente buena, lo suficientemente bonita, lo suficientemente digna. Sin embargo en medio de estas sombras, puedo encontrar un tesoro, es una luz tenue que hace que cada tormenta interna parezca menos intensa. Me focalizo en esa aceptación, tratando de abrazar mi autenticidad, pero ¿es suficiente para liberar mi autoestima de estas cadenas tan antiguas y pesadas?
Quizás la clave esté en reconocer que la belleza y el valor no se miden por estándares externos o por el reflejo que te devuelve el espejo, sino la capacidad de amarme y aceptarme tal como soy. Es un viaje largo y pesado hacia la aceptación, uno que puede ser difícil, pero que vale la pena empezar ¿no?
Entonces, la próxima vez que me enfrente a este espejo y sienta que sus críticas me abruman, recordaré que soy mucho más que la apariencia.
Soy un ser humano único y valioso, digno de amor y respeto.
La aceptación externa, no debería influir, ya que nadie sabe cómo realmente soy.
Dayra Loaiza López
Soy Gertrudis, madre de Hamlet
Me llamo Gertrudis, soy la reina de Dinamarca y fallecí al beber accidentalmente de una copa envenenada. Aunque en realidad fui asesinada, porque los hombres que me rodeaban llevaban mucho tiempo matándome, pero eso qué importa, si al final, la que bebió de la copa envenenada fui yo…
Estuve casada con el rey Hamlet, y tuve un hijo, Hamlet. Él rey Hamlet fue asesinado por su hermano y nadie lo culpó a él por tener una clara rivalidad con su hermano causada por el poder . A pesar de que nadie teníamos la culpa de nuestro desafortunado final, a la única a la que le echan la culpa es a mí y es porque soy mujer.
Algunas personas me describen como una mujer débil, influenciable y tonta, otras como una mujer manipuladora, egoísta y mezquina. Me describen con estos adjetivos porque no les he alimentado lo que les entretiene a los hombres que me rodean.
Estoy cansada de no poder actuar con libertad, estoy cansada de tener que ceñirme a un molde impuesto, estoy cansada de no poder expresar mis pensamientos con las palabras que me gustaría, solo porque puede sonar vulgar, estoy cansada de ser reina, y de que aun así, nadie me tome enserio, estoy cansada de que me llamen tonta solo por no actuar como a ellos les gustaría, estoy cansada de tener que lidiar con los problemas de mi hijo, de mi marido, de todo el mundo, y de no poder quejarme de los míos. Estoy cansada de ver a tantas mujeres esforzándose por ser escuchadas, estoy cansada de ser mujer.
Asesinaron al rey Hamlet, mi marido, y yo en vez de estancarme en la tristeza y la soledad, que no me iban a llevar a ningún sitio, decidí volver a casarme e intentar mantener la compostura. Estoy rodeada de asesinos sedientos de sangre, de avariciosos deseosos de poder y dinero, de personas verdaderamente débiles, que en vez de afrontar el dolor de una pérdida y seguir adelante, han decidido estancarse en el dolor y en la venganza. El problema es que las mujeres siempre somos las culpables de todo, da igual lo que hagamos que todo lo hacemos mal.
Conozco a una mujer, Ofelia. Estaba perdidamente enamorada de mi hijo Hamlet, él no la quería, o al menos no la quería como ella quería que la quisiera. Ofelia se suicidó, fue una chica sumisa, entregada, romántica y amorosa, ¿Y que consiguió con eso? Que su cadáver se descompusiera al igual que el de cualquier animalillo del bosque. Lo que ella hizo, estuvo “mal” porque no se centró en ella misma y se dejó llevar demasiado por complacer a otra persona. Yo me preocupé por mi, me centré en seguir adelante y en sacar adelante a mi hijo después de la muerte de su querido padre, y lo que hice yo, también estuvo “mal”, porque fui demasiado egoísta, y no lloré lo suficiente la muerte de mi difunto marido. Pero Ofelia lloró demasiado, y yo lloro muy poco. Y es que da igual lo que hagas, que si eres mujer, van a pensar que lo que has hecho está mal.
Un hombre asesinado que se peleaba con su hermano por el poder, un hombre que no superó nunca la muerte de su padre, que culpaba a todo y a todos de su sufrimiento menos a él, un hombre que solo deseaba el poder, y que cuando vió lo desgraciado que era por haber perseguido eso toda su vida, no hizo nada, solo llorar; otro hombre que obligó a sus seres queridos a hacer lo que él quería, porque él solo, no podía. Todas estas personas tienen más valor que yo, porque son hombres, porque yo soy la manipuladora, y yo soy la débil, porque yo soy la culpable.
Así que, da igual lo que hagas, si eres mujer hasta en las obras de teatro vas a sufrir las consecuencias del patriarcado.
Lucía Flores
¿TE AMAS?
El amor… una palabra tan pequeña pero con un significado que abarca universos enteros. ¿Qué puedo decir sobre el amor que no haya sido dicho ya por incontables poetas, filósofos y enamorados a lo largo de la historia? ¿Cómo puedo explicar algo que es tan inmenso, tan complejo y tan profundamente humano?
Podría compararlo con el océano, ¿os parece? en perpetuo movimiento, siempre cambiante, siempre sorprendente. Nos sumergimos en sus profundidades, nos envuelven en sus corrientes, nos arrastra a lugares que nunca habríamos imaginado. Nos hace sentirnos vivos, nos desafía a ser más grandes, más valientes, más nobles. Siempre más.
Pero el amor también puede ser un tormento, un huracán que arrasa con todo a su paso. Nos hace enfrentarnos a nuestros propios límites, encarar nuestras inseguridades, aprender a aceptar, a querer. Y no solo al prójimo como dirían en la Biblia, también a nosotros mismos, porque sin amor propio, jamás habrá amor. Ese es el primer paso.
¡Bendito amor que nos obliga a mirarnos en el espejo y enfrentar nuestras sombras, nuestras heridas más dolorosas!.
¿Y por qué es tan crucial el amor propio? Porque cuando nos amamos a nosotros mismos, somos capaces de establecer límites saludables, de tomar decisiones que nos beneficien de todas las formas posibles, ¿no creeis?. Nos convertimos en nuestro propio refugio, en nuestro hogar. Podemos comprendernos y darnos cuenta de lo perfectos que somos a nuestra manera.
El amor propio no es egoísmo, ni narcisismo como mucha gente piensa. Es amor en su forma más pura y auténtica. Es aceptarnos a nosotros mismos en toda nuestra complejidad, con nuestras virtudes y nuestras imperfecciones. Es tratarnos con la misma compasión y bondad que ofrecemos a los demás.Nos libera, nos saca de la autoexigencia, de la autocrítica, esa que tanto nos perturba y nos persigue a lo largo de nuestra vida. Nos permite abrazarnos. Nos da permiso para ser imperfectos, para cometer errores, para aprender y lo más importante, crecer en el camino.
Pero el amor propio también implica cuidarnos, tanto física como emocionalmente. Significa priorizar nuestro bienestar, nuestra salud mental y emocional. Nos enseña a decir «no» cuando es necesario, a alejarnos de las personas y situaciones que nos hacen daño.Y lo más importante, el amor propio nos recuerda que somos suficientes tal como somos. No necesitamos la validación externa para sentirnos completos, para sentirnos valiosos. Porque el amor propio es un viaje hacia nuestro propio ser, una autoexploración y autodescubrimiento.
¿Y yo, realmente me quiero?. Muchas veces me lo cuestiono. He pasado tantas noches en vela sobrepensando, sintiéndome insuficiente… Han sido tantas y tan dolorosas. Os diría que siento que me merezco lo mejor, pero os mentiría. Me queda mucho camino por recorrer y muchas enseñanzas que poco a poco me enseñaran a valorarme. Así que no, hoy por hoy, no puedo decir abiertamente que me amo, pero espero que en un futuro próximo, me mire al espejo y sienta orgullo y amor incondicional.
Iraia Ostiz
¡Vivan las fiestas!
¡Ay, las fiestas de los pueblos de Navarra!¡Qué maravilla, qué ilusión, qué alegría… Qué mezcla de sentimientos que hacen que nos sintamos vivos! Las fiestas son algo especial, algo que se vive con pasión, se saborea con emoción y se guardan para siempre en el corazón.
Los días anteriores se empieza a sentir la emoción. Vamos al fondo del armario a sacar nuestra ropa blanca y nuestro pañuelico, que se quedará en el cuello durante los próximos cinco días. Dejas la ropa en la cama y la miras, recordando la última vez que llevabas esos pantalones blancos y el pañuelo en la muñeca, porque ya se habían acabado las fiestas.
Y tras los 365 días más largos de mi vida, vuelve. Vuelve mi gran amor de juventud. Vuelve la que me enseñó a disfrutar, a vivir, a compartir y a sentir cada canción como si fuese la última. Vuelve, la fiesta.
Desde los primeros acordes de la txaranga que anuncian su llegada hasta el último estallido de los fuegos artificiales que indican su partida. Los pueblos se tintan de blanco y rojo, se transforman en un lugar de color y sonido. Las calles se llenan de gente risueña dispuesta a disfrutar al máximo de cada segundo.Y el aroma de los bocatas de txistorra o de panceta a las 21 hacen que despierte nuestro olfato.
¡Y la música! La música es el alma de las fiestas. Las trompetas de las txarangas, las verbenas de la tarde y los djs de la madrugada, nos llevan a un lugar alejado de las preocupaciones. Una fiesta sin música, no es una fiesta. Estar en la plaza bailando, con tu gente, sin hora límite y sin pensar en nada, y que lo único que te preocupe sea estar vivo para salir mañana.
Bailamos jotas, polkas, eras… y acabamos con el esperado flying free a las 7 de la mañana. Que lo bailamos con un cristal menos en la gafa, los pantalones manchados de kalimotxo, corriendo como pollos sin cabeza por la plaza y chillando con la voz ronca.
Pero lo que hacen que estas fiestas sean maravillosas, son las personas. La gente es maravillosa y muy divertida. Siempre están dispuestos a acoger a cualquiera y hacerle disfrutar como lo hacen los de casa. Les muestran sus tradiciones y les invitan a ser partícipes de ellas. Los de los pueblos son muy de pueblo y saben como disfrutar y hacer disfrutar a los demás.
Así que ¡levantemos nuestros pañuelicos!, celebrando su llegada o cantando el pobre de mí. Por las fiestas de Navarra, que nunca falten y que siempre perduren en nuestra memoria y nuestro corazón. Por los sanfermines. Por las fiestas de todos esos pueblos que en verano se convierten en un lugar seguro.
Ane García
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