Hoy en día cada vez se da más visibilidad a los trastornos mentales, lo que supone un enorme avance con respecto a las últimas décadas y, si bien las nuevas generaciones tendremos mejores recursos para tratar estos problemas, ¿qué hay de las personas que no los tuvieron?
Da la impresión de que el tema del bienestar emocional se ha puesto de moda.Sobre todo desde la pandemia parece que está en boca de todos. 2020 fue una época objetivamente difícil para todo el mundo. Los más pequeños probablemente lo vieron tan solo como unas vacaciones pero las generaciones adultas se sumieron en una plétora de problemas mentales, se intensificó la ansiedad y depresión en masa, mucha gente perdió sus trabajos y las situaciones familiares se volvieron complicadas, más de uno tuvo que enfrentarse a la pérdida de seres queridos. Esto es un hecho que no hace falta contrastar con los datos de la OMS, lo hemos vivido todos y lo hemos visto en nuestro entorno.
Los trastornos mentales, sin embargo, no son ninguna novedad. Es evidente que la negligencia que han recibido las generaciones anteriores a la nuestra con respecto a su salud mental ha tenido un enorme impacto negativo en su desarrollo. Está muy normalizado el hecho de tildar de débil a quien pide ayuda y se juzga antes de tiempo a las personas que sufren dificultades, porque muchos aún consideran que los problemas emocionales son una nimiedad en comparación con la salud física; una mariconada, como muchos hemos oído decir en incontables ocasiones. Hasta hace bien poco a cualquiera que fuese al psicólogo le llamaban ‘loco’. Es más, no hace tanto tiempo desde que se realizaban lobotomías. Época en la que, por hechos como simplemente tener un arrebato de rabia, te ingresaban en un centro psiquiátrico y te seccionaban una parte del lóbulo prefrontal para hacerte más ‘tranquilo y normal’. Además de crear zombis, este procedimiento lo único que pretendía era maquillar las emociones y problemas de la gente, porque era (y sigue siendo) bastante tabú hablar de nuestros problemas.
Es cierto que hoy en día las medidas no son tan extremas, pero hay muchas conductas de este estilo que siguen siendo muy comunes. ¿Acaso no lo hemos podido ver todos en nuestros círculos cercanos? No son pocos los casos en los que en una misma familia se han tratado de manera diferente a dos personas solo por su tipo de enfermedad mental. No se trata de la misma manera a alguien deprimido que acude a las drogas como mecanismo de apoyo, que a una adolescente que padece un trastorno como la anorexia y se autolesiona. Este primero, a menudo sufrirá (incluso por parte de su propia familia) desprecios y humillaciones. No sería la primera vez que se ve cómo a alguien recuperándose de una adicción le llaman ‘inútil’, ‘yonki’, o le sueltan comentarios como ‘ni siquiera tienes problemas de verdad, eres un exagerado’. Los prejuicios son violentos, uno nunca puede saber si alguien tiene ‘problemas de verdad’ o no, pero la realidad es innegable, estos problemas pueden causar una depresión, y aún y todo, los actos de ayuda brillan por su ausencia. Por otra parte, en el segundo caso, a la chica con un TCA lo más probable es que todo el mundo le envié mensajes de apoyo y hagan todo lo posible por ayudarla a recuperarse, porque a los ojos de muchos, eso sí es una enfermedad real.
La diferencia entre estas dos situaciones es única y exclusivamente la manera en que se manifiestan los síntomas de los trastornos y la manera que tiene cada individuo de lidiar con ellos. Si bien ambas enfermedades, tanto la depresión como la anorexia, tienen un estigma negativo, a uno lo llaman dramático y al otro lo identifican como alguien que necesita ayuda urgente. La gente que tiene un problema no lo exagera, si tiene el coraje de pedir ayuda es preciso que ésta llegue de inmediato. No llamaríamos a alguien con cáncer “exagerado», y tampoco debemos hacerlo con alguien con un trastorno mental, sobre todo conociendo las enormes tasas de muertes que estas enfermedades causan anualmente. Sin ir muy lejos, en España hay más de 4000 suicidios anuales. Además, la anorexia y la bulimia, sorprendentemente frecuentes entre jóvenes, son los trastornos mentales con mayor tasa de mortalidad, superando incluso los suicidios.
Es por esto que es muy positivo que se esté arrojando luz sobre la importancia de mantener una buena salud mental. Muchos adultos cargan con problemas causados por no tratar a tiempo problemas que tuvieron en su juventud. Por ello es necesario que como sociedad dejemos de juzgar tanto a la gente por cómo lidia con sus problemas y, en su lugar, empecemos a analizar la base del problema, ya que a menudo ciertas acciones son solo un síntoma de algo mucho mayor, y ver esas señales a tiempo puede evitar que una situación se descontrole y empeore desmedidamente.
Valeria Cano
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