Steven René Morocho Valarezo
No hace mucho tiempo, cuando apenas tenía unos diez años de edad, mi familia y yo padecimos estrecheces económicas. Nos costaba gran esfuerzo llegar a final de mes, por lo que mi madre tomó la decisión de mudarnos a una casita rural, opción más barata frente a la de quedarnos en la metropolitana ciudad de Madrid. Nadie veía con buenos ojos aquella iniciativa, y mucho menos si contamos con que íbamos a convivir con una señora de la que desconocíamos hasta su nombre; pero no había elección.
Ordenaba mi fría e incómoda habitación nueva, buscando algo de sosiego en todo este brusco cambio para mi vida, cuando de repente se apagó la luz… Giré la cabeza y no vi nada cerca del interruptor, así que me acerqué a él y lo volví a encender. “Algún fallo en el sistema eléctrico”, pensé. Volví a mis quehaceres, pero tan pronto los retomé se volvió a apagar la luz. Esta vez, un sudor frío empezó a emanar de mi espalda y cuello. Inmediatamente corrí fuera de la habitación intentando encontrar la protectora figura de mi madre. Cuando llegué a ella le quise contar entre espasmódicas respiraciones lo sucedido.
Al final de relatarle todo, ella simplemente señaló detrás de mí. Me giré y vi a una pequeña niña riéndose entre dientes. “Ahí está tu fantasma, cariño. Es la nieta de la señora.”
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