Todo el mundo gritaba, el odio emanaba de sus cuerpos como el polvo de una vieja caja, por un instante todo se quedó en silencio; los pasos de dos figuras femeninas hicieron presencia.
– Atena. – la voz de la mujer escupía repugnancia y odio, tenía la mirada al borde las lágrimas – ¿Has vuelto por algo en concreto o estás de paso?
– He vuelto porque ya no quiero pelear contigo, Artemisa, éramos amigas y… – la mano alzada de su contendiente la hizo frenarse, Artemisa se negaría a escuchar las próximas palabras que salieran de su boca.
– ¿Cómo puedo creerte si me mentías en la cara haciéndote pasar por humana? – el pasado ardía en su piel como las brasas hacen arder la madera.
– ᛒᛖᚱᛞᚨᛞ. – un cuadro se pintó frente a la líder humana, se mostraba una Atena ahogada en lágrimas recibiendo la corona de anémonas azules que anunciaban a la nueva líder de la orden arcana. – Por eso puedes creer en mí.
Un silencio sepulcral hizo acto de presencia, nadie movía un músculo, estaban expectantes al siguiente movimiento de alguna de ellas dos; pero no fueron las viejas amigas quienes rompieron el mutismo de esa escena enclavada en la historia como una estaca.
– ¡Muerte a los humanos! – gritó una joven arcana al tiempo que corría enfurecida para clavar su espada en el vientre de Artemisa.
El líquido rojo brotaba sin cesar, la tristeza y el miedo salían hasta por los poros de sus sudorosas caras; Artemisa cayó sobre sus rodillas y Atena se abalanzó sobre su amiga antes de que su inerte cuerpo llegara al suelo.
– ᛒᛖᚾᚷᚨᚾᛊᚨ. – en menos de un segundo, la joven que asesinó a la líder humana había sido atravesada con su misma espada.
Nadie se atrevió a decir nada mientras que Atena lloraba desconsolada sobre el cuerpo de la persona que más amaba. Sus lágrimas caían en las mejillas de Artemisa…
Guadalupe Barne Torres
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