Solemos sobrepensar las situaciones que nos ocurren en el día a día, sobre todo cuando se trata de situaciones que nos afectan a nivel emocional o estamos pasando por un mal momento. Los pensamientos se apoderan de nuestra mente y parece que no podemos dejarlos ir. Aunque no es lo más sano mentalmente, les damos mil vueltas para encontrar una respuesta que nos parezca razonablemente aceptable.
En un estudio psicológico realizado en el Reino Unido, a sobrepensar se le conoce como ¨pensamiento rumiante¨. Así como necesitamos masticar la comida una y otra vez para digerirla, también necesitamos procesar muchas veces las situaciones para encontrar una respuesta que nos convenza. Pero no podemos dejar, bajo ningún concepto, que este hábito insano afecte a nuestro bienestar emocional y físico. A las personas que desgraciadamente sufrimos de “pensamiento rumiante” nos llega a distanciar de nuestras relaciones sociales, ya sean amorosas, familiares o de amistad. Nos volvemos frágiles y débiles emocionalmente. Pensamos que todo lo malo que nos ocurre es culpa nuestra y nos hacemos daño a nosotros mismos constantemente preguntándonos el porqué. ¿Qué hacemos mal? ¿Por qué no podemos parar de darle vueltas a todo? Nos machacamos contínuamente y eso nos vuelve antisociales, fríos, tristes e inseguros. Llegamos a un punto de angustia y desgana que nos lleva a fracasar en los estudios y a perder la ilusión por absolutamente todo. Estamos cansados a nivel emocional, y no solo eso, sino que ese cansancio también se ve reflejado en la salud física. Unos lo manifiestan dejando de comer, otros comiendo de más, unos con mal carácter y otros no pudiendo dormir. Nuestro comportamiento cambia y no nos vemos capaces de poder hacer algo para volver a sentirnos bien. Nos volvemos personas completamente diferentes. No somos personas melodramáticas, no estamos exagerando lo que nos sucede y no lloramos para llamar la atención. Sobrepensar nos atormenta diariamente y es extremadamente duro vivir con ello. Esto es real, le está ocurriendo a miles de personas y no se está haciendo nada para ayudarlas.Deberíamos empezar a considerar y a tratar mejor a las personas que lo sufren, a empatizar con ellas, a intentar ponernos en su situación y una vez hecho eso, actuar y pensar además cómo podríamos hacer para conseguir que se sientan más seguras y mejor. Quizá sería suficiente con tener más tacto y no ser tan duros con ellas. En resumen, cuidar y no dañar.
Claudia Iriguibel
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